Para conseguir un buen hábito, uno de nuestros peores enemigos es la gravedad. Así que tendremos que convertirla en aliada. Empezamos tumbados en el suelo, en posición supina, la cabeza apoyada sobre un par de libros. Éstos ayudarán a no inclinar la cabeza hacia atrás: procura no utilizar demasiados libros porque se te inclinará la cabeza hacia delante. La altura de la pila de libros dependerá de lo que para cada uno resulte más cómodo. Si uno tiene encogidos los hombros y suele echar la cabeza hacia delante, tal vez al principio necesite 8 o 9 cm de libros; después, cuando la espalda se distienda y ensanche y cuando se separen los omóplatos y el contacto de estos con el suelo sea mayor, se tendrá que reducir la cantidad de libros para bajar la altura en unos tres o cuatro centímetros.
Si las piernas están estiradas notarás, probablemente, que hay un pequeño hueco entre la parte inferior de la espalda y el suelo. No intentes forzar la espalda hacia el suelo, bajará sola cuando aprendas a liberar lo que la mantiene en alto. Para ayudar a que esto ocurra, acerca una pierna hacia el cuerpo para que la rodilla se dirija hacia arriba mientras el pie sigue plano en el suelo. Una vez hecho, repítelo con la otra pierna. Será mejor hacer este ejercicio sobre una superficie que no resbale, porque si no podrás verte obligado a tensar los músculos del estómago para evitar que los pies resbalen. Las piernas deberán estar liberadas, pero dirigidas, y éstas y los pies estarán separadas el uno del otro.
Los brazos deberán permanecer al lado del cuerpo, los codos ligeramente doblados para ayudar a que los hombros se abran. Las palmas de las manos pueden estar planas sobre el suelo, pero si no estás lo suficientemente liberado apóyalas sobre el estómago, cerca de las ingles; de forma alternativa, podrías colocar un par de cojines pequeños por debajo de las muñecas o codos.
Mientras estés tumbado en el suelo en esta posición, no intentes forzar la situación para que ocurra algo. Es mejor permitir que las cosas sucedan como resultado de parar y dirigir.
No dejes de repetirte: “¡Que el cuello sea libre!”.
Dirige la cabeza hacia arriba (con el fin de alargar la columna) y asegúrate también de que mantienes la dirección de la cabeza hacia delante, lo que, estando tumbado en el suelo, significará que la cara está paralela al suelo.
Permite que se alargue la columna siguiendo la dirección de la cabeza y permite el ensanchamiento de la espalda que se produce en consecuencia.
Comprueba cómo están tus articulaciones y facilita que se liberen-de nuevo, no intentes hacerlo utilizando los músculos-; deberías tener la sensación de que permites, en lugar de que provocas, que las cosas ocurran.
Si has hecho bien este proceso, te sentirás completamente despierto, preparado para la actividad y con mucha reserva de energía. Si al cabo de unos minutos te encuentras un poco cansado y decaído, probablemente se deba a que estás perdiendo tu sentido de la dirección y entrando en un estado de colapso o, mejor dicho, de exceso de relajación.
Una buena idea es realizar este ejercicio durante 20 o 30 minutos cada día, preferiblemente antes de cualquier otro tipo de ejercicio; verás cómo te ayuda a su ejecución. Después de practicar este ejercicio durante algún tiempo sentirás que la conciencia de la relación entre cabeza, cuello y espalda mejora. Y no sólo serás consciente de esto, sino también de su función.
Después de emplear tanto esfuerzo para conseguir que funcione esta relación, sería una pena echarla a perder levantándote de una forma inadecuada. Quizás lo más cómodo sea darte la vuelta utilizando las manos y las rodillas. La decisión debe ser tuya, pero no olvides mantener las direcciones y que sea la cabeza la que dirija el cuerpo.
Una vez de pie, acuérdate de las piernas. A menudo, la tensión en las piernas nos hace arquear la espalda hacia dentro. De nuevo deberías utilizar el concepto parar-o inhibir- para evitar que esto ocurra. Deberías intentar mantener la sensación física del suelo y el trabajo que has hecho allí. Déjate llevar por esta sensación. Mantén las direcciones mientras andas, corres o estás sentado.
extracto de “El libro de la Voz” de Michael McCallion
Comments