Es sabido las grandes tensiones que sufren los estudiantes de música al aprender a tocar un instrumento, así como también los músicos profesionales cuando por ensayar de manera excesiva o tocar sin el debido cuidado y autobservación se lesionan y fatigan muscularmente. Una solución rápida, pero no por ello duradera, es acudir a un fisioterapeuta que alivie la tensión acumulada, que haga desaparecer determinado dolor causado por una tendinitis o que mediante masaje nos proporcione relajación a una cierta zona muscular. Pareciera ser que la única opción llegado el caso de una lesión o dolores originados de tocar un instrumento es acudir a un terapeuta.
La causa que genera este uso excesivo de cierta musculatura al tocar un instrumento no es ajena al uso diario general que hacemos de nuestro cuerpo, vale decir que la manera en que nos paramos, caminamos, nos sentamos tendrá que ver también con la forma en que tocamos. (Kleinman, J., Buckoke, P. 2013, p. 32)
Sin embargo existe otro camino que tiene que ver más con la prevención que con la terapia. Un sistema que enseña a desaprender hábitos adquiridos en el uso psicofísico para reeducarnos a una nueva forma de movernos y hacer nuestras actividades. Es la llamada Técnica Alexander.
La Técnica Alexander fue creada por F. M. Alexander a finales del siglo XIX a raíz de un problema vocal que el mismo Alexander no podría resolver. A fuerza de indagar e investigar descubrió que sus disfonías recurrentes tenían que ver con una serie de patrones habituales de uso que las generaban. Alexander descubrió que cuando dejaba de ejercer tensión en su cuerpo, éste respondía de un modo mucho más natural y orgánico. Al detectar la tensión que efectuaba podía decidir dejar de hacerla, dejar de presionar, dejar de tensar, y es ahí en ese momento de pausa en el que podía dar una nueva dirección al movimiento o a la acción, interrumpiendo así la reacción habitual a los estímulos. Observó como interferimos en el funcionamiento natural de nuestro cuerpo sin siquiera darnos cuenta de ello, y encontró que muchos patrones de movimiento que él mismo tenía también formaban parte de la mayoría de las personas. (Brennan, R. 2001, p. 30). El poder recuperarse de sus afecciones vocales le permitieron a Alexander continuar con su carrera de actor y al mismo tiempo dar clases de voz y respiración a actores, cantantes, y también a gente alejada del ámbito artístico.
Entendida la relación existente entre la manera en que nos usamos y los efectos en el movimiento y la acción es lógico inferir que un educación enfocada en la prevención de patrones habituales perjudiciales al tocar es fundamental para todo tipo de músicos.
Para los músicos el cuerpo es el principal instrumento, antes que el instrumento musical, por ello es vital desarrollar la habilidad de prevenir aquellos hábitos que van en detrimento de un desempeño escénico libre.
“La Técnica se basa en principios que ayudan a establecer una coordinación confiable en tu vida y en tu quehacer musical, por lo tanto es muy probables que puedas hacer lo que quieras hacer de la manera que elijas.” (Kleinman, J., Buckoke, P. 2013, p. 4).
En cuánto a la ejecución musical, no basta con tener talento, también es importante la condición física del músico instrumentista. (Klein-Vogelbah, S., Lahme, A., Spirgi-Gantert, S., 2010, p.23)
Dentro de los patrones de uso habitual que encontró Alexander en su investigación, fue que en general tendemos a afectar la relación entre la cabeza, el cuello y la espalda, y que este desbalance afecta la totalidad de los mecanismos posturales y motores. A esta relación la llamó Control Primario. Para neutralizar los efectos perjudiciales de nuestros hábitos sobre el control primario, Alexander propuso la posibilidad de inhibir la reacción habitual, es decir, poder detener la acción en curso ni bien tomamos conciencia de ella. Este solo acto ya de por sí nos abre a la posibilidad de reaccionar de manera diferente a la habitual. Si por ejemplo el hábito de un cantante es echar la cabeza atrás al comenzar a cantar o al llegar a notas agudas, con el poder de su conciencia puede advertir este patrón repetido en su accionar y al percatarse de ello interrumpirlo de manera instantánea para poder comenzar nuevamente a cantar desde un nuevo lugar en el que lo habitual no suceda. No se trata de buscar una posición determinada de la cabeza o de cierta parte del cuerpo, sino más bien dejar de ejercer las presiones innecesarias, dejar de acortar la musculatura y permitir la liberación. (Kleinman, J., Buckoke, P. 2013, p. 42).
A partir de encontrar el equilibrio y balance en todas las actividades que se realizan, los músicos seguramente descubrirán una nueva forma de abordar su ejecución musical.
“Es posible tocar todos los instrumentos musicales con completa comodidad, si nuestro uso está bien equilibrado y flexible. Los instrumentos están hechos y diseñados para nuestra conveniencia. Hay ciertas modificaciones que hacen posible para casi cualquier humano tocar cualquier instrumento. Tocar un instrumento de manera confortable es posible cuando ves que es la forma en que te usas a ti mismo en relación al instrumento lo que hace la diferencia.” (Kleinman, J., Buckoke, P. 2013, p. 62).
Una vez lograda una mejor coordinación corporal se consigue de manera inmediata una importante mejora en la producción sonora. Esto es muy notorio y observable en los cantantes, que debido a concepciones erradas sobre el proceso respiratorio, ejercen fuerza o tensión en ciertas partes de su musculatura que no debería activarse excesivamente. Una coordinación respiratoria eficiente es aquella que puede adaptarse a las circunstancias cambiantes, en respuesta a determinada emoción o frase musical. Pero esta consciencia de la respiración es también importante en los músicos instrumentistas. (Derbez, P., 2015, p. 64).
Es de vital importancia que los músicos aprendan el arte de observar sus propios cuerpos, tanto en el ámbito de su ejecución como dentro del ámbito cotidiano. La manera en que se perciban afectará seguramente su visión musical. (Derbez, P., 2015, p. 51).
Por medio de clases regulares de la Técnica Alexander los músicos aprenden nuevas vías de expresión en las que el viejo patrón repetido y automático de movimiento y tensión es reemplazado por una nueva posibilidad más saludable y que seguramente producirá una consecuente mejora del sonido y una mayor capacidad expresiva.
La Técnica Alexander es básicamente una herramienta para redescubrir nuestra capacidad de elegir nuevos caminos fuera de lo conocido, formas inexploradas de reacción frente a los estímulos, y por sobre todo una concreta forma de encontrar libertad psicofísica.
Estamos interesados en usar nuestro sí-mismo con juicio, que es una parte integral del comportamiento inteligente y artístico. Usar nuestro sí-mismo no significa tener que renunciar a las respuestas y sentimientos humanos usuales, sino elegir cómo utilizar éstos para mejorar nuestra forma de comunicar la información que queremos transmitir. Si nos negamos a elegir o si como artistas nos encontramos en un estado en que efectivamente no tenemos elección, entonces estamos evitando la responsabilidad de nuestra humanidad y nuestro arte; lo cual es, en el mejor de los casos, un estado de ofuscación romántica y, en el peor, una obstinada perversión. (McCallion, M., 1998, p. 57).
Bibliografía:
Alcantara de, P., (1997). Indirect procedures. A musicians guide to the Alexander Technique, Oxford, Clarendon Press
Brennan, R. (2011). La Técnica Alexander. Editorial Kairós.
Calais-German, B., Germain, F. (2013) Anatomía para la voz. Barcelona, Editorial Liebre de Marzo.
Derbez, P. (2015) El Músico Consciente. México, Editorial Emdemus.
Dimon, T. (2013) La voz cantada y hablada. Madrid, Gaia Ediciones.
Gelb, M. (1987). El cuerpo recobrado, Barcelona, Urano.
Hernández, S., R., Fernández, C., C., Baptista, L., P. (1991). Metodología de la Investigación, México: McGraw Hill.
Kleinman, J. Buckoke, P. (2013) The Alexander Technique for Musicians. Inglaterra, ED. Bloomsbury.
Klein-Vogelbach, S., Lahme, A., Spirgi-Gantert, S. (2010) Interpretación Musical y Postura Corporal. Madrid, Ediciones Akal
McCallion, M. (1998). El libro de la voz, Barcelona, Urano.
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